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Mad Cool Día 5: La carpa verde, los ojos de Jack White y el adiós

Acabar las cosas a tiempo es un don; eso es algo que saben todos los que han amado alguna vez. Hoy es el último día de Mad Cool y en el aire está ese sabor agridulce que dejan las despedidas a tiempo. Tristemente, mañana toca volver al laburo y hay incondicionales que han decidido tomarse el día libre. Hay mucha menos gente en esta explanada, que empiezo a sentir como mi casa a un par de horas de que me echen de aquí.

El cartel de hoy es el más variado de la semana. Toca casi todos los palos: el rock prematuro de Sam Fender, el folk de la M.O.D.A, el ‘latin pop’ de Nathy Peluso, rap a cargo de Natos y Waor y, cómo no, la guitarra potente, esa que es marca registrada del festival, de Jack White.

Por medio, y hoy sí que me lo he propuesto de verdad, varias bandas ‘menores’ muy interesantes a las que visitaré.

Empiezan las hostilidades a falta de diez para las 6, con los conciertos simultáneos de Peach Tree Rascals (rock con tres cantantes) y Familia Alzada (intenso rap de nuestros hermanos mexicanos). Los Rascals pierden el sonido en la tercera canción, momento duro entre el fallo técnico y la dejadez de un público diminuto y deshidratado por el calor.

Empiezan tocando los primeros en el escenario grande y apenas hay 200 personas. Cuando terminan hay alguna más, pero se nota demasiado que hoy es el día del Señor. Hacen un buen set, con muchos colores y creativas canciones, pero lo cortan antes de tiempo ante la falta de público y los 37 grados. ¿Cómo culparles? Lo dan todo pero no es su día.

Hoy es una jornada exigente. Han desaparecido dos de los siete escenarios y se solapan muchos conciertos; hay que ser rápido y astuto. Tengo la sensación de que un festival es parecido a andar por Manhattan a las 8 AM. Acaba un concierto y empieza la procesión hacia el otro lado. Si encuentras ese hueco estratégico en el centro de la mole puedes dejarte llevar, como remontando una ola, para que te dirijan sin hacer mucho esfuerzo. He sido pasajero en muchos momentos de la semana y ahora aprovecho para ir ‘de paquete’ al concierto de Cala Vento, sorpresa de última hora y que deja varios buenos momentos con su indie-rock patrio. Son sólo dos en el escenario, ambos cantan y se reparten guitarra y batería, pero llenan tanto como las mejores bandas que han pasado por aquí. Tienen tirón, la carpa verde de la entrada se llena, y su final con ‘Teletecho’ deja el espíritu alto.

De camino hacia la zona principal, escucho una banda tremenda. Me acerco un poco más y se me parte el corazón: ¿ha llegado ya el día en que no distinguimos la realidad de la ficción? Es una pista, pinchada por un DJ, que está ‘tocando’ para una cantante, Princess Nokia.

Habiendo escuchado dos canciones, y sin información previa sobre ella, pienso: «Tiene que ser neoyorquina». Y claro amigos, el radar no falla. Hay algo inconfundible en la actitud de la ‘Big Apple’, un cierto aire de superioridad, el acento pijo y una actitud abierta y cariñosa pero falsa. Recuerdo una fiesta nocturna en ese barrio que nunca duerme y jamás he visto algo tan claro: son distintos a nosotros.

‘Nokia’ canta correctamente, su dicción es fluida y prosódica, pero pueden encontrarla en el diccionario urbano online junto a la palabra ‘cringe’, búsquenlo.

Se nota que el público de hoy es diferente. Veo mucho pantalón con calcetín blanco subido a media pierna, señal inequívoca de que estamos en un concierto más moderno que los de la semana. Huele más a verde, el lenguaje tiene más abreviaturas y los bailes al son de la música son más ‘heterodoxos’. Lo decía el primer día, este Mad Cool tiene algo para todos.

Tones and I, que toca después en la carpa verde de la entrada (de nuevo), están en ese momento de su carrera en el que toca luchar para dejar de ser ‘one-hit wonder’. ‘Dance Monkey’, el hit, es una gran canción. No sé si es porque es una buena composición o porque estuvo sonando en la radio durante un año, el caso es que me gusta mucho. Con estas bandas uno nunca sabe si son un producto de estudio que languidece sobre las tablas o pueden realmente cumplir.

Arrancan con ‘Never seen the rain’ y me queda claro que son competentes. Teclados ambientales, ritmos sencillos pero efectivos y fácilmente replicables y una gran líder al frente, Toni Watson, que hace que parezca todo muy fácil. Su voz brilla cuando la rompe, muy dentro del espíritu de este oasis de felicidad que ha sido el Mad Cool 2022.

Sigue ‘Bad child’, pesada y que bien podría firmar Jack White por su potencia y saber-hacer dentro del mundo rockero. Su actuación es ecléctica e incorpora una escenografía muy Tim Burton, al estilo ‘Pesadilla en Navidad’.

Sin apenas tiempo, salgo corriendo a ver a Nathy Peluso, que debe estar empezando. No soy muy fan de su estilo pero nunca la he visto en vivo y me pica la curiosidad; cuando termina, he recibido una clase. ‘La Peluso’, que viste de negro a pesar del calor, es el futuro de la música latina… si canaliza bien sus talentos. Hace reggaeton, bachata, samba, algún trap y, mágicamente, consigue que todo quede bajo el basto paragüas del pop. Pop no es otra cosa que el género de moda en cada generación. Pop fue Beethoven, Stravinsky, Nina Simone, Queen, Madonna, Nirvana y así hasta llegar a Billie Eilish. Pop, en España, han sido Los Brincos, Nino Bravo, Hombres G y ahora son Rozalén y C. Tangana. Si la palabra define e infiere cierta sensibilidad sobre el momento presente (¡Krishnamurti!), entonces Peluso es la dueña del ahora.

Canta ‘Ateo’, hit internacional que lanzó junto al Tangana, y demuestra que, aparte de lo demás, también conoce la balada. Es fácil mirar con prejuicios a este tipo de artistas, pensamos que son producto de estudio y poco más. Hoy ya llevo dos ‘blockbusters’ que me han sorprendido; me gusta. Sigue con ‘Mafiosa’ y el espectáculo se consolida. Es una mezcla de baile sensual pero ortodoxo, combinado con los distintos estilos de lo latino; una fórmula ganadora que para terminar de triunfar necesita de carisma y personalidad. La Peluso lo tiene, el foco mediático está sobre sus caderas y ella lo está explotando al máximo.

Hay que hacerle una mención a su banda, al menos por respeto y honestidad poética, porque sin ella cantaría en los karaokes que frecuento con mi amigo Mendi. Es una gran agrupación, que como todas las bandas del género vive de la percusión y los vientos.

Debo decir algo antes de que se me acabe la oportunidad. El Mad Cool ha sido un festival, principalmente de rock, de bandas consagradas. Como cronista y habitante del circuito indie de la música en la capital, les animo a que vayan a las salas. Igual que en la crónica de ayer varios infantes me inspiraban a pensar en la regeneración del rock, la realidad es que ustedes no van a las salas pequeñas a ver las bandas. Vaya y hágase/háganos un favor.

La banda emergente que he escogido hoy es St. Woods, que practican un pop-rock modernizado al estilo Arctic Monkeys. No sé por qué pero mi cerebro tiene registrado que me gustan. Me los debió enseñar algún colega, allá por los años olvidados, y quedo un poso en mí. Suenan bien, aunque Nacho García, cantante y líder, baja un poco el subidón con un discurso que suena a la previa de una ruptura. «Gracias por venir, espero que no sea la última vez que tocamos», dice justo antes de un temazo (cuyo nombre se me escapa) diseñado para llevarle la contraria. Nacho, amigo y compañero, no seas boludo. La banda suena como si estuviera extraída del Delta de ese río que tanto nos ha dado a los blueseros y tienes muchas canciones sólidas; fuerza y fe.

Vuelvo justo a tiempo para la primera birra (jeje) y el final de Nathy Peluso. Canta con mucha alma ‘Vivir así es morir de amor’ y recibe la primera gran ovación del Domingo. Sin tiempo para tragar, arrancan Natos y Waor, dos raperos que han ido «de Madriz al cielo». Las primeras buenas rimas suenan en ‘Gloria’ y ‘Generación perdida’, que son el canto de dos chicos sensibles abandonados por el falso capitalismo del banco central. Si antes decía que tenerle cogido el pulso a la sociedad es lo que determina el pop, Natos y Waor me lo confirman. Sus letras son para el que vive ahogado por la inflación, que está enfadado aunque no sepa muy bien con quien y sólo quiere gritarlo a los cuatro vientos. Nunca un dueto tuvo tanta razón: ¿Cómo podemos estar tan tranquilos cuando nos controlan criminales? Y ojo, esa no es su única temática: hablan de desamor, drogas, una sociedad descentrada y hasta de Dios, muchas veces en clave.

Escapo, apenas 10 minutos, a ver a Two door cinema club, banda que emana por los cuatro costados el british pop del primer día. Reviso Google y reculo; son norirlandeses, así que no quiero problemas. Suenan ‘top’ según me acerco, con ese toque pop-rock que he visto en otras de las bandas de este festival. Es bonito escucharles y no resulta difícil imaginar a una muchedumbre bailando al son de su ‘What you know’, que es lo que tengo ante mí según me acerco a la carpa verde de la entrada (¡otra!). Es imposible entrar y sólo alcanzo a verles en la lejanía, para escucharles me sobran metros. Convencen a un público alcoholizado antes de que concluya Natos y Waor y empiece el auténtico rock de hoy, Jack White.

Arranca con ‘Taking me back», muestra de lo que se viene por su caña, las ganas de White y… es horrible lo que pasa después. Toca una, desaparece entre cortinas negras y la banda se queda colgada tocando un blues-funk durante varios minutos. Cuando vuelve, Jack White no abre los ojos. La siguiente línea es polémica, pero ahí va: está drogado. Para cubrirnos la retaguardia, tanto el prestigioso diario como yo, diremos que «parecía estar drogado». No vuelve a abrir los ojos, se refugia en el silencio interior del estupefaciente y deja un show épico, de esos que sólo puede dar una estrella.

Su voz es, la mayor parte del tiempo, un berrido ansioso pero afinado; la otra es un murmullo apenas audible por los altavoces del escenario dos. Domina la guitarra como si fuera otro miembro de su esqueleto, algo que veo en ‘Love interruption’, donde se pone el traje rítmico, y ‘Hotel Yorba’, un rock n’ roll a lo Chuck Berry que muestra su conocimiento profundo de las raíces. Su show consiste de una guitarra solista/rítmica, la suya, y un trío de músicos que dominan este y cualquier género que les pongas delante. Se ve en el arco del batería, la actitud sobrada del bajista y en las gafas de sol del teclado; están por encima de esto.

Me toca de nuevo correr (p***s horarios) para ver a la M.O.D.A. Primero, porque son patrios, segundo porque son buenos. ‘PRMVR’ y ‘Catedrales’, en los primeros compases, muestran la paleta de sonidos que tiene esta banda: acordeón, dos guitarras, saxofón, bajo, teclados y un batería, una vez más, muy bueno. Tocan los hits de su repertorio, incluyendo ‘Héroes del sábado’ y ‘1932’, aunque la gente congregada en la carpa verde de la entrada (¡!) las canta todas.

Lo último que suena en esta explanada sintética que parece el Eden es el ‘Seven Nation Army’ de Jack White, himno indiscutible del deporte rey.

Antes de entrar a la carpa de prensa por última vez, miro atrás. La brisa y luna de la madrugada, que tantas veces he descrito, me despiden desde arriba. Me acabo de mojar la cara después de un largo día y siento ese airecillo estival que hace que todo sea más bonito. Operarios vestidos de negro desmontan los siete escenarios que han repartido felicidad divina esta semana en Valdebebas mientras me despido del guardián de la carpa (ahora sé que se llama Daniel y también rapea), y de los diversos personajes que he ido conociendo. Hablamos de vernos en el próximo evento, aunque todos sabemos que es mentira.

De camino al coche y llegando a la rotonda me pongo las gafas de sol, no quiero que me vea la Local. Paso por delante y, cuando estoy a punto de ponerme a salvo, doy la vuelta. Suicida, me acerco a un agente, gafas en ristre, para preguntarle por el dispositivo que han desplegado (ya saben, periodismo de investigación). No entiendo nada de lo que me dice y decido no insistir pues aprecio por su cara que está a punto de pedirme que sople. No lo hace, yo me santiguo y busco mi vehículo negro, camuflado entre las sombras del barrio.

Antes de subir, pienso en lo que he visto en estos cinco días, pero sobre todo en lo que me he perdido. Debería pedir perdón a todas las bandas olvidadas pero nunca lo haré, aunque me dé pena, pues es algo inherente a la naturaleza difusa e inmediata de la existencia humana.

Ya llegando a casa pienso en el mundo. Mientras yo gozaba en Valdebebas, chavales de mi edad han tomado el palacio presidencial de Sri Lanka, ha dimitido Boris y a los granjeros holandeses les quiere obligar el Estado a vender sus tierras. El Mad Cool, como todo lo bueno, ha terminado mucho antes de lo que esperaba. Mañana los diarios se llenaran de sangre y cifras y yo, que suelo hablar solo, por fin encuentro la respuesta a la pregunta que me hacía ayer: Efectivamente, esto era la felicidad.

Adiós.