Jornada festiva y multicultural en Madrid que culmina con el concierto de Camilo.
Un Domingo muy Domingo en Madrid, capital de lo Hispano. Apenas 20 grados, una pequeña brisa y el sol, que tras un titubeo, ha conseguido abrirse paso entre nubes medio chungas. En este ambiente primaveral se celebran los actos del Festival de la Hispanidad, que se traslada a la Puerta de Alcalá, donde los cantantes Camilo y Pablo Alborán desatan la euforia en un concierto gratuito que congrega a unas 30.000 personas.
Ha sido la hispana una cultura que ha tendido puentes y reinventado culturas, a veces por medio de pluma y papel y otras, como todas, usando la espada. Es el arco narrativo universal del ser humano y debemos quedarnos con lo que perdura en el tiempo. Nuestro lazo está vivo en esa intensa felicidad que provoca el encontrarse con un argentino en un bar londinense lleno de guiris. O el escuchar un acento mexicano en el metro de Nueva York. Quizá sea esa la crónica de hoy, la de cómo, después de tantos siglos y barbaridades, seguimos siendo hermanos por el lenguaje.
Siempre es necesario un poquito de caos organizativo en estas cosas; no salen bien sin él. Tras el clásico baile de acreditaciones que faltan, policías desbordados y celebrities posando, encuentro un rinconcito privilegiado bajo la Cámara de Comercio de Madrid, a escasos metros de la sonrisa veraniega de la Presidenta y de un grupo de niños que ya están saltando y eso que aún no ha empezado la música. Desde aquí observo un mar de gente que pinta de color la calle Alcalá, su puerta tristemente tapada por las reformas. Las banderas, alzadas con orgullo, son el retrato de nuestro mundo compartido de arepas y rancheras, mate y rimas asonantes, de bailes folclóricos asincopados y sombreros anchos, de jamón, cumbres andinas y las selvas de El Dorado. En medio de mis ensoñaciones, arranca Camilo con “Kesi”, himno del “buen rollito”. Durante la actuación toca varias de su último disco, “De adentro pa afuera”, un trabajo con el que demuestra estar creciendo musicalmente. Es un disco de compositor, con numerosos colores y estilos dentro de él. Siguen siendo hits poperos pero ya no parecen sacados de la fotocopiadora industrial, algo que es muy difícil y celebro. Cada vez que viene a España da la sensación de estar un escalón por encima.
Hay un héroe en la sombra del que hay que acordarse, aunque suscite polémica y ni siquiera sea hispano. Es aquel genovés rechazado por medio mundo que llegó a Castilla cansado pero con la fe intacta. Su idea, una locura genial, nos tiene hoy aquí a todos cantando las mismas letras. Nos entendemos con la mirada y cada vez que nos encontramos de noche en algún rincón del globo es una fiesta. Eso es trascender, lo demás sólo demagogia. Un brindis por Cristóbal.
La primera que canta con Evaluna Montaner, compañera de vida y profesión, es “Por primera vez”, un romántico dúo que culmina en beso y aplauso fácil.
Pasa por todos los éxitos (lógico en eventos como este), sonando especialmente bien “Millones” e invita a Pablo Alborán para “El mismo aire”, canción que editaron juntos. El colombiano presenta un espectáculo divertido, para todos los públicos y que recogen muchos estilos musicales. Está evolucionando su arte Después de varios bises, marido y mujer se despiden cantando “Índigo”. Las banderas se despliegan orgullosas tapando la Cibeles, que es una silueta borrosa vista desde la puerta que divide Alcalá.
Las aceras se vacían, se llenan las terrazas y comienzan las negociaciones entre padres que quieren lubina y niños que reclaman hamburguesa (espero que ganen los jóvenes aunque no está claro).
A mi alrededor se suceden los acentos como cantos de sirenas, cada cual más bello y lleno de color. Desando el camino con la misma sonrisa que debían tener los supervivientes de las 3 carabelas y llego a la plaza homónima, donde tantas veces se ha reunido el pueblo para bailar, cantar y celebrar; hay días en que la vida es maravillosa.