Por Arcadio Falcón. Publicado por en el Diario ABC el 23 de Diciembre de 2021.
Foto: Isa SalcedoEn una fantástica tarde pre-navideña, con aroma y temperatura otoñal, el mundo se tomó un respiro. Apadrinado por las Misiones Salesianas, el Auditorio Nacional de Madrid acogió el concierto de Juan Antonio Simarro, en el que, una vez más, el compositor nos recuerda lo bueno de la vida. El concierto reunión a integrantes de tres orquestas, la JOECOM, la Orquesta Fundación Música Maestro y la Camerata OJEM.
El coro estuvo compuesto por cantantes de cinco agrupaciones distintas: El Coro Menudos Cantantes, Coro de la Universidad Complutense de Madrid, Coro de la Fundación GSD, Coro del Liceo Francés de Madrid y el Coro de los Salesianos.
Antes del plato fuerte de la tarde, dos aperitivos: Dulce amarga y el Cuarteto de cuerda nº1, Tercer Movimiento. La primera con una inquietante y tensa calma; la segunda épica.
Simarro, en lo que es un avance para el espectáculo clásico, comenta y presenta los movimientos antes de empezar. Es un artista ligeramente transgresor, con un toque de rebeldía en todo lo que hace, como empezar la sinfonía con un didgeridoo o su actitud cercana y divertida, lejos del estricto rigor de la tradición.
En el primer movimiento –Obertura por los derechos Humanos– dirigido por Celia Llácer, hay grandes momentos melódicos, un piano romántico maravilloso y un instante glorioso cuando entran las voces. El momento del coro, emocionante, es un recordatorio de lo mucho que transmite la voz humana.
El segundo movimiento nos deja la primera aparición real de los vientos en toda la tarde. Dominan de forma clara la segunda parte del movimiento y animan a la orquesta, que de súbito gana enteros antes de un tétrico pasaje de piano.La directora de este movimiento, Adriana Tanus, estuvo especialmente expresiva.
La orquesta tuvo, por momentos, dificultad para explotar su rango de dinámicas (especialmente cuando estaban solas las cuerdas). Hubo alguna entonación dudosa y se notaron nervios pero su actuación fue notable, muy seria y no muy lejos del nivel que tiene la partitura.
El tercer movimiento, Desarrollo Sostenible, comienza un motivo de cuatro notas con el que Simarro juega hasta el climax, siendo la percusión la sección más destacada del movimiento, de manual y gran ejemplo de técnicas melódicas y de orquestación: hay que veces que exprimirle el máximo jugo a una idea es la mejor forma de crear.El movimiento terminan con el compositor irrumpiendo en escena, djembe en ristre, para una fiesta tribal a la que se une el coro. Lo dirigió Germán García Vargas.
El cuarto y último movimiento, conducido por Juan Enrique Sainz, resuelve la sinfonía, con guiños a todo lo anterior. Buenos momentos de la percusión y del viento-madera.
De regalo, Simarro dirige la Obertura por los derechos humanos del primer movimiento en versión semi-improvisada. Posiblemente sea el pasaje más bello, en el sentido más puro de la palabra, de toda la sinfonía. El piano tiene una de las melodías más románticas que se pueden escuchar.
En los bises, una reinterpretación del primer y tercer movimiento con Simarro a la batuta consigue que se den palmas en el Auditorio Nacional a ritmo de 4/4. La energía e ilusión que irradia el músico es contagiosa y permite creer, aunque sea durante los breves segundos en que la entrada del coro me arranca una lágrima, que puede haber un mundo mejor.